LAS REGLAS

Habíamos estado hablando un buen rato, tiradas en el césped, en el club. La idea era pasar la tarde al aire libre, tomando sol, pero Carmen se trajo una novelita erótica y no tuvo mejor idea que contarme lo que estaba leyendo.

Carmen es de mi misma altura, de pelo castaño pero más claro que el mío. Siempre le admiré las tetas y el culo. Me parecen mejores que lo que yo tengo, pero ella dice lo contrario. No es la primera vez que hablamos de cosas eróticas, incluso en la oficina. En realidad, hace tiempo que teníamos curiosidad, o sea, que nos teníamos ganas. Pero no es fácil pasar del dicho al hecho. Supongo que lo de la novela erótica fue un detonante, porque ese día estaba tan caliente y al mismo tiempo tan cohibida que se me ocurrió escribir un desafío en mi celular y mandárselo por sms:

“Las reglas son claras:

1) las bikinis quedan puestas

2) es de paradas, descalzas y con las piernas entreabiertas. Se admite terminar de rodillas por mutuo acuerdo siempre que la lucha no se interrumpa.

3) la mano izquierda es para abrazar a la otra hembra

4) el abrazo es para que se junten bien los pechos, cosa de que cada una sienta la fuerza de las tetas contrarias y tratando de juntar los vientres lo más posible. Las caras juntas, mejilla a mejilla.

5) la mano derecha va por debajo de la bombacha de la bikini buscando acariciar el clítoris y los labios de la concha. No se permiten pellizcos

6) Solo se pueden tirar los pelos de la concha rival si la otra hembra lo acepta y hasta que diga «basta». Decir basta no detiene la batalla, solo los tirones y no implica derrota

7) No se puede cerrar las piernas, retirar la concha o tratar de evitar que la mano de la otra acaricie la concha. Tampoco dejar de abrazarse o sacar la mano de la concha rival. La que lo hace, pierde.

8) no se puede gritar. Valen los insultos y cualquier cruce de palabras. Se puede gemir. Valen besos y juego de lenguas

9) gana la que hace acabar primero a la otra. Solo pueden acabarse con la mano y solo se puede usar el dedo mayor o el anular para entrar en la concha rival.”

Carmen terminó de leer y me miró, sorprendida y enrojecida de vergüenza, pero nada disgustada.

-¿Y, que te parece?- le dije

-¿Como se te ocurrió eso? ¿O lo leíste de algún lado?

– Nos imagine a las dos haciéndolo acá y se me ocurrió

– ¿acá?

– Si, es decir, acá en el club…en algún lado…

– ¿y dónde?

La verdad es que ni lo había pensado, pero me calentó mucho más que me preguntara eso. Me excitaba su curiosidad.

– No sé…en un baño no…

-No, seguro viene alguien

– En algún rincón…

-¿Que rincón?

-Alguno donde no pase nadie.

– Si claro, pero ¿donde?

-Vení…- le dije, y me paré y empecé a caminar. Ella me siguió.

– ¿Adonde vamos?

– No sé…pero tiene que haber un lugar.

Enfilé para el lugar más apartado del club, detrás de las canchas de tenis. No había casi nadie por ahí…pero “casi nadie” no alcanza. Miré para un lado y para otro, con desesperación. Quería hacerlo ya, aunque sea atrás de un árbol. De pronto me acordé.

– ¡Vamos!- casi grite y me puse a caminar, casi a correr, hacia el edifico principal.

Ahí había oficinas de personal desocupadas a esa hora y…lo más importante…baños para el personal…que tampoco se usaban. Eran esos baños que tienen el cartelito de “privado, solo para uso del personal”. El problema era si estaban con llave.

Cuando comprobé que no había nadie cerca hice la prueba. No, no tenía llave, parece que con el cartelito de advertencia pensaban que bastaba. Entramos inmediatamente.

Era un baño bastante grande y la puerta tenía traba por dentro. Trabé la puerta y noté que casi no podía respirar. Recién entonces me volví para mirar a Isabel, que me observaba fijamente y respiraba excitada.

Me descalcé y ella me imitó.

– ¿Lo hacemos?- pregunté para animarla/me.

Vino hacia mí y nos abrazamos con la izquierda mientras nuestras manos derechas bajaban ansiosas y se metían por debajo de las bombachas.

Estábamos muy nerviosas y empezamos a acariciarnos suavemente, mientras estrechábamos el abrazo y pegábamos las mejillas. Cada una avanzó su muslo derecho entre las piernas de la otra, de manera de estrechar el contacto al máximo.

A medida que nos acariciábamos, empezamos a buscarnos las bocas para darnos, al principio,  piquitos nerviosos, que se fueron tornando en tímidos chupones, mientras abajo comenzamos a mojarnos en serio. Mi dedo encontró su clit de lleno y pensé que ahí terminaba todo, pero ella me abrazó ferozmente y logró atacar el mío.

Fueron los primeros insultos susurrados:

-puta…como te gusta..

-a vos te gusta, trola…

-como te cojo…

-yo te cojo, putita…

-noo…yo…negra sucia…

-puta…puta…

-conchuda…

-puta de mierda…

-negra puta sucia…

-malcojida…

-puta roñosa…

Pero, más allá de los insultos, solo nos acariciábamos, porque apenas podíamos aguantar sin acabar.

Al poco rato, nos besamos hundiéndonos las lenguas en un desesperado intento de calmar el fuego que se estaba desatando allá abajo, pero el hambre de concha pudo más y cuando sentí uno de sus dedos, me apresuré a meterle mi dedo mayor y en nuestra calentura, no solo no sacamos las conchas, cosa prohibida, sino que nos “comimos” los dedos como gatas golosas, balanceando las pelvis más y más rápido en un viaje sin retorno hasta que sentí que colapsábamos.

Nos acabamos arrodilladas, con los dedos empapados en jugo, entrando y saliendo de las conchas palpitantes.

La agarrada no debe haber durado más de diez minutos, pero nos quedamos otro tanto de rodillas, abrazadas y con las manos sin abandonar la concha invadida.

Cuando nos calmamos, nos dimos cuenta del peligro que corríamos si seguíamos más tiempo.

El miedo hizo que nos soltáramos y saliéramos como ladronas.

Volvimos a donde estaban nuestras cosas, cargamos todo en las mochilas y nos fuimos. A Carmen la pasaban a buscar, cosa que nos vino bárbaro, porque estábamos muy turbadas, como sin saber qué hacer.

Claro que, además de turbadas, quedamos calientes…pero, como suele decirse, eso es otra historia.

(c) Tauro, Enero de 2014

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